Hace ya varios días que siento una tristeza muy profunda, y no sé por qué, o mejor dicho no sabía por qué. Hoy creo que tengo la respuesta.
Al abrir el periódico leí en primera plana lo que está sucediendo en Cusco, en Sicuani (lugar donde yo nací), lugar del que me sentía y me siento orgullosa de ser. Durante toda mi vida a la pregunta ¿de dónde eres? yo respondo orgullosa «de Sicuani – Canchis – Cusco», un lugar de gente trabajadora, respetuosa de los demás, orgullosa de su pasado y de quienes fueron los que escribieron la historia de los que ahora vemos con tristeza que se está dando un capítulo confuso de violencia, que están siendo movidos por personas que para alcanzar lo que desean no dudan en mentir y socavar la paz, utilizando quizás las necesidades no atendidas de las personas, los miedos, las penas, las esperanzas de personas de bien, ofreciéndoles todo lo que esperan a cambio de marchar con violencia.
Desde niña yo veía lo que sucedía en mi vida, muchas veces como si fuera una tercera persona que veía desde fuera como si no fuera yo la que estaba allí. Eso me daba el privilegio de observar un plano más amplio. Escuchando lo que me enseñaban en la escuela y en mi casa, podía darme cuenta que toda acción tenía una reacción, que toda enseñanza tenía una aplicación. Las reacciones de las personas en la escuela eran diferentes, a algunas de mis compañeras un tema les era totalmente indiferente, a otras les llamaba un poco la atención y a otras como a mí, nos hacía pensar en cómo habría sido en ese momento en que sucedió tal o cual cosa que nos decían o enseñaban los maestros, cómo se llegó a la conclusión que sean cosas que nos deban enseñar y eso es lo que nos muestra cómo es vivir en sociedad y que todos debemos tener derecho a informarnos de los hechos ocurridos y tenemos la libertad de formarnos una opinión, de tomar decisiones y nuestro propio criterio. Pero para eso debemos sacudirnos de los apetitos políticos, económicos, apetitos de poder, debemos ser libres para opinar, escuchar y ser escuchados.
Imaginémonos que nuestro Perú es nuestra casa, nuestro hogar, donde nos reunimos para conversar, decir lo que nos preocupa, escuchar lo que todos y cada uno tiene que decir, poner en una balanza los pro y contra de lo que se dice y llegar a una conclusión después de ser todos escuchados.
Cuando alguien ofrece algo a cambio de una actitud violenta, no está pensando ni actuando en favor de los otros, sino de si mismo, no es una persona que tiene paz dentro de él mismo, no soporta que las demás personas vivan en paz, no soporta que las demás personas crezcan cada día más por su propio esfuerzo, que logren lo que buscan con trabajo, no soporta que los padres enseñen a sus hijos que el éxito se logra con esfuerzo, con trabajo, no soporta que las personas sean solidarias, que se ayuden unas a otras, no soporta la unión de las personas para lograr el bien común en paz y armonía.
Imagino a esas personas siempre mirando de costado, esperando siempre una debilidad, una equivocación para saltar encima cual ave de rapiña. Pienso si esas personas tienen la capacidad de darse cuenta de las debilidades de los otros, por qué no la utilizan para ofrecer una opción constructiva para superar la debilidad y no abrir heridas que luego las hacen sangrar hasta destruir el amor propio de cada persona, porque sólo de esa manera tienen poder sobre ellas.
El Perú es más grande que sus problemas. Tenemos que pensar que los hombres pasan, el Perú queda. No permitamos que nuestro Perú se paralice, que retroceda, sólo nosotros podemos hacer que esas personas que están enfermas de egoismo, de terror, no influyan en nosotros. Cada uno de nosotros podemos contribuir con un granito de arena para lograr la paz en nuestro Perú, que es un país hermoso, maravilloso, donde la mayoría de las personas queremos la armonía, el desarrollo, la paz ... .
Laura Scarsi de Dopf